martes, 20 de enero de 2009

Reunión gastronómica

Sí, queridos e impacientes lectores, el lunes tuve la sesión de información sobre el programa de 'Testeurs de Fourchette Verte' (probadores de 'fourchette verte', tenedor verde). Paso a relatarosla.

Llego a las 18:45 al edificio donde nos habían convocado. Una intensa lluvia riega la ciudad y mis pantalones, y una intensa meada pugna por salir de mí desde hace un buen rato.

Como he dicho, la reunión es en un edificio. En el rellano no hay baño; subo al tercer piso, donde es la reunión, y tampoco hay baño. Sigo las señales y veo que hay luz en una sala, el resto del piso parece muerto. Entro y veo a 6 ó 7 personas sentadas. Saludo, sonrío, y me fijo en que soy el único estudiante. Me da vergüenza preguntar donde está el baño y confío en que la reunión no dure lo estipulado (de 19:00 a 21:00). Poco a poco van llegando el resto de los asistentes y al final nos juntamos 13 ó 14 personas alrededor de la mesa, además de la mujer que va a impartir la sesión. En francés, claro.

Nos pide que digamos nuestro nombre, cómo encontramos el programa y por qué decidimos apuntarnos. Pienso que mi respuesta es obvia: me gusta comer. Además, sé decirlo en francés, con lo que me preparo la frase completa. Le llega el turno al primero de la mesa:

- Soy cocinero y me interesa la nutrición y mejorar mis conceptos de comida sana.

Jeje, pienso yo, este va de listo. Llega el segundo:

- Soy nutricionista y me parece interesante participar en este programa y conocer mejor la empresa Fourchette Verte..

Y llega el tercero (enfermero), y la cuarta (cocinera), y el quinto, y... me toca a mi, que hábilmente decido omitir mi genial frase y representar el papel de el-extranjero-que-no-habla-bien (¡este papel lo clavo!), limitándome a decir que encontré el programa en la universidad, emitir un par de titubeos y sonreír inocentemente. Funciona, y le paso el turno a otro buen hombre preocupado por su alimentación, a un dueño de un restaurante, a...

La charla comienza explicándonos que Fourchette Verte es una marca especializada en comedores de colegios, empresas o universidades, es decir en sitios donde la gente muy habitualmente come todos los días fuera de casa. En resumidas cuentas, para poder decir que un plato es Fourchette verte, este tiene que tener 3/6 de verdura/vegetal, 2/6 de hidratos de carbono y 1/6 de carne/pescado.

Y uso bien la expresión 'en resumidas cuentas' porque la mujer se pegó 1h30 hablándonos de la empresa y de nutrición, y lo peor -para mi y especialmente para mi pujante vegija- es que el resto se dedican a hacer preguntas y a mantener interesantísimos debates sobre aceites, huevos y demás chorradas que no te importan cuando TE ESTÁS MEANDO.

La nota positiva de la reunión es que entendí (casi) todo lo que dijo la mujer. A algunos de los asistentes no les entendía nada bien, pero la que impartía la charla hablaba muy claro.

En lo que respecta a mi trabajo en el programa, no es tan bonito como me lo había imaginado:

· Tengo que ir 4 veces a la misma cafetería de la universidad, cuando yo pensaba que podría ir a restaurantes por ahí.
· Tengo que pagar mi propia comida y a final de año me reembolsan 80 francos, 20 por cada comida. Cada uno de estos platos cuesta 9 francos, así que la ganancia total es (20-9)*4, es decir 44.
· Después de cada comida tengo que rellenar un cuestionario respondiendo si el restaurante cumple con las normas Fourchette Verte.
· ¿Quién quiere la mita de su plato lleno de verdura? :-) Porque aquí la verdura la cuecen y ya está, no te ponen sofrito con ajito y jamón ni nada por el estilo.



Salgo de la reunión y busco con ahínco mi tierra prometida, pero ninguna estrella en el horizonte me guía ni veo al mar abrirse ante mí, así que decido salir a la calle a ver si encuentro alguna señal que me indique el camino. Obviando el diluvio universal que cae sobre Lausanne, que no es una buena señal si tú no estás en el barco, cojo el metro y bajo hasta la parada de autobús, donde me toca esperar ¡20 minutos! Tras estos 20 minutos de espera y otros 10 de autobús, donde se me podría acusar de violar repetidas veces el 2º mandamiento, llego a casa y, ahora sí, el edén me levanta su tapa.

miércoles, 14 de enero de 2009

El trabajo de mis sueños

El miércoles 14 de enero conseguí mi trabajo soñado: cobrar por comer. Os cuento como fue.

Estoy esperando para coger la comida en una de las cafeterías de la universidad cuando leo en un cartel (traducción aproximada): "Se busca estudiante para probar nuevos platos. Remunerado, 20 francos por cada comida". Asombrado, no termino de creérmelo y le pregunto al que me está sirviendo la comida, que me dice que sí, que hay que ir a una reunión de 2 horas y que más adelante me llamarían para ir a probar algún nuevo plato, pagándome 20 francos cada vez.

En el último momento me he enterado de una cosa un poco rara, que es que una camarera irá conmigo a la reunión, camarera que por cierto se ha empeñado en intentar hablarme en español cuando habla bastante peor que yo francés. No me ha quedado demasiado clara su función en todo este tinglado, pero mientras me den de comer y me paguen... Cariño mío, no te preocupes que me vendo fácil por comida pero no tanto.

Tengo la reunión fijada para el lunes que viene, cuando os podré contar más.

lunes, 12 de enero de 2009

Las dos caras de una plancha

Dos jóvenes españoles y de erasmus en Suiza, Mr. A y Mr. B, están contentos: la semana siguiente vuelven a España a pasar unos días de reposo. Además de tener ganas de ver a su familia y de estar con sus allegados, ambos tienen una responsabilidad añadida: participan en el tradicional 'amigo invisible' en las cenas con sus amigos.

Mr. A y Mr. B (llamémoslos A y B) tienen una línea de pensamiento parecida. "Vivo en Suiza, así que si llevo algo típico de aquí, a mi amigo invisible le gustará". ¿Qué hay típico en Suiza?, se preguntan ambos. "Frío, nieve; esto no lo puedo llevar. Bancos, dinero, oro judío; esto no me lo dejarán sacar. Mmm, comida: chocolate, queso, fondue, crepes, raclette... suena bien"

Sin tener muy claro lo que quieren, sus pasos los dirigen a una tienda de electrodomésticos y compran una formidable raclette para dos. Orgullosos, están convencidos de que será un gran regalo



A y B vuelven a casa (los dos son de Zaragoza, ¡otra coincidencia!) y se dedican a comer, descansar, dormir y vivir bien. Y a partir de ahora, traslademos la historia a las entregas de los regalos...

Mr. A ha quedado en un italiano (il Pastificio) con sus amigos, gente con estilo, de buen vestir y refinada conversación. La cena transcurre alegremente, rememorando viejos tiempos (viajes a museos, conferencias magistrales, apasionadas discusiones filosóficas) y planeando futuras excursiones culturales.

Focaccias, ossobucos, pizzas, pastas, canelones y lasañas cubren la mesa, aportando cada alimento vivos colores y vaporosos efluvios, estimulando las pituitarias y los sentidos de los comensales. Los caldos, Reserva, Gran Reserva y algún vino de autor, riegan cada paladar y combinan con cada tenedor.

Al final, plenos y satisfechos, se reparten los regalos con asombradas y sinceras exclamaciones de agradecimiento. Cuando le llega el momento al amigo invisible de Mr. A, el señor Ostalé, Barón de Dyc & Lawson, desenvuelve el paquete con sumo cuidado y sonríe al ver el regalo: "¡una raclette!", exclama. Toda la mesa aprueba la dádiva, comentan las agradables veladas que han pasado alrededor de una raclette y felicitan al Barón por su suerte.

Tras la cena, todos se retiran a sus casas a descansar.

Por su parte, Mr. B ha quedado en el Pasgón, un tugurio en los aledaños del plebeyo mercado central. La mayoría de sus amigos son gente de la peor calaña, informáticos (de La Almunia, para más inri), individuos que sólo saben hacer letritas, sonrisitas o páginas chorras. Para que os hagáis una idea de su moral, hay uno que vive en Luxemburgo. Sobran las palabras.



En la cena, los comentarios soeces y faltos de cualquier gusto y humor cruzan la mesa, formada por jóvenes de ridículos nombres. ¿Qué se puede esperar de personas que se hacen llamar Trol, Plunche, Crash o Tig? Mr. B está un poco descolocado, estos tres meses en Suiza le han abierto los ojos y le han enseñado nuevos horizontes sociales.

Con la misma velocidad que los improperios, anchoas y gambas vuelan de un plato a otro, muchas veces acabando en el mantel o en el suelo, lo cual no es impedimento para que algunos de estos pre-hombres las acaben engullendo. En cuanto a la bebida, un espeso mejunge que la tabernera llama sangría y cerveza, la reina de la bajeza.

Llegado el momento, los asistentes se entregan unos a otros diversas obscenidades, propias de gente cerril. Leticia va a ser la afortunada en recibir el regalo de Mr. B. Sus manos están manchadas de grasa pero no le importa. Se abalanza sobre el regalo, lo abre y muestra la raclette. El resto de asistentes, acostumbrados a pelucas, varitas de Sheilor Moon y globitos, se miran entre si y pronto surge el primer comentario jocoso: "una plancha ¿!". Nadie comprende nada y se preguntan, ¿qué clase de regalo es ese? Yaimenet, el novio de Leticia, se hurga la nariz en busca del postre. Pronto Mr. B es objeto de burlas y demás humillaciones.





Tras la cena, se van en busca de nuevos tugurios y mejunges que beber.



(Si alguno de los afectados quiere que retire su nombre o fotografía, que me lo diga)